No me digas que los vampiros no existen, me visita uno cada noche.

Estoy segura de que soy la víctima de un vampiro sediento. Cada noche me desangra. Despierto con el cansancio de haber donado la sangre suficiente para salvar tres vidas y perder la mía. Me deja ojeras y se lleva mis ganas de levantarme de la cama.

No hay forma de dejarlo satisfecho. Hay días en los que el vampiro también se adueña de mis pulmones. Lo sé porque después de abrir los ojos tengo que pasar horas esforzándome por recordar cómo se usan: inhalar, sostener, exhalar.

Cada mañana, mi cerebro me reclama la falta de sangre y oxígeno, sin saber que un vampiro nos está aniquilando. Quiere que me levante, le de agua y un poco de luz de sol. Ignora que un poco de sol me convertiría en polvo.

No me veas así, es en serio, un vampiro debe estar robándome las ganas. No sé de qué otra forma explicar que me cuesta medio día salir de mi cama y tomar agua.

Investigo sobre vampiros, encuentro lo que ya sabemos del ajo y los crucifijos. Pienso que en mi casa hay bastante de ambos pero hay un detalle que dejé escapar: si los invitas, los vampiros entran.

Un vampiro me visita cada noche… y no recuerdo cuándo lo invité a pasar.

Kuir Fantastik