Ceniza

Cuando te extraño intento describir la textura de tu ser físico. Tratando y tratando, recuerdo la suculenta que me regalaste antes de partir y que, en menos de un mes, se transformó en maceta vacía en el centro de mi patio. Cuando me la diste me daban ganas de darle un mordisco.

Pienso cuánto me encanta la textura del tallo de la monstrera, las ganas de morderlo se parecen al deseo que sentí de sujetar con mis dientes tu lóbulo, cuando te quitaste los aretes frente mío. Recuerdo que una vez mordí uno de esos tallos y me ardió la boca más que con el habanero de los taquitos que compartimos hace ya más de ocho meses.

Me pregunto a qué sabrán tus labios, con esa risa tan dulce se me figuran con sabor a agua de guanábana después de un día parando el tráfico para defender a las polillas de la ciudad.

Intento imaginar la textura y densidad de tu cuerpe. La imagino suave, y lo único que se me ocurre es compararla con la mía: blandita pero con la fuerza necesaria para sostenerte la mirada aunque se me deshagan las rodillas.

La verdad es que sólo una vez nuestras cuerpes se apretaron, por eso describir la textura y densidad me está siendo tan difícil. Le pregunto a mi lengua. Dicen que ella sabe cómo se siente todo. Me responde que se siente como lamer una cachetada, de las que salen en las piñatas y probablemente no conoces.

Apretamos nuestras cuerpas en un abrazo, mirando de frente a la luna llena una noche de cielo despejado (tan inusual en esta ciudad). Fue la noche de tu partida, la noche que en un principio significaba “hasta pronto” y se transformó en “no sé si te volveré a ver, ojalá la política exterior lo permita”.

Kuir Fantastik