Quisiera no desear para no sentir tanto. Quisiera que no doliera para no tener miedo.
Habitarme en diferentes lugares de lo no-normativo siempre ha sido un viaje entre el miedo y el deseo.
¿qué me está haciendo sentir esto?
¿Lo deseo?
¿Me da miedo?
¿no me gusta?
¿no sé si me gusta?
¿no sé si no me gusta?
¿por qué me da miedo?
¿me da miedo que me guste?
¿me da miedo que no me guste?
¿me da miedo no gustarle?
¿y si sólo lo estoy deseando porque quiero encajar?
¿por qué siento tanto?
¿por qué pienso tanto?
¿por qué se siente tan bien ser vista?
Por ahora, creo que no. Pasar demasiado tiempo enredada en mi propia mente, tratando de protegerme del dolor, me ha desconectado de mi cuerpo y de mi realidad. Sin embargo, por experiencias pasadas he aprendido que perseguir impulsivamente cada deseo que tengo, sin cuidado ni reflexión, también me aleja de mí misma. Como dice la canción Cachito de Galaxia de Porter y Ana Torroja:
Cegado por su misión
Y la búsqueda de los placeres
Su mente lo engañó
Y lo atrapó en sus redes.«
Quiero encontrar el equilibrio entre el hedonismo sin frenos (y sin autocuidado) y la represión (y negación) de mis deseos en nombre de mi propia (sobre)protección.
El equilibrio entre salir del clóset directo al abismo del atasque y esconderme en mi caparazón como un caracol ante cualquier indicio de dolor en un territorio desconocido. Y creo que dentro de ese equilibrio tiene que existir algo que aún me resulta esquivo, casi mítico: la autocompasión.
Ahora estoy atravesando un proceso de reconocerme nuevamente como una persona Disidente Afectiva; gracias a La Maliana conocí este concepto y me gusta nombrarme así. Nuevamente porque, desde muy joven, la mononorma me lastimó y decepcionó de tantas maneras que terminé explorando las no-monogamias y reconociéndome como no-monógama a los 20 años.
En ese entonces me habitaba más cerca del hedonismo sin frenos. Sumado a mi disforia al rechazo y a mi intensidad emocional -porque siempre he sentido y soñado mucho-, terminé viviendo experiencias muy dolorosas que me llevaron convertirme en caracolito; me oculté en mi caparazón y, aunque intentaba salir, me volvía a esconder ante cualquier señal de peligro que pudiera hacerme revivir ese dolor.
Por casi cuatro años, mantuve una relación monoamorosa (pero no mononormada) con mi pareja SSSerpiente. Aunque llegamos a mencionar la necesidad de diálogo si algunx de las dos veía la posibilidad de replantear nuestros acuerdos en el futuro, en mi mente jamás concebí la idea de ser yo quien lo propusiera. Evitaba siquiera pensarlo, pues me sentía cómoda en la relación que llevábamos y además me daba miedo comenzar a desear esa posibilidad. Hace unos meses SSSerpiente fue quien propuso esa posibilidad de habitarnos desde la no-monogamia.
Y ahora, en este nuevo proceso relacional que atravieso junto a SSSerpiente, están sucediendo cosas que ni él ni yo esperábamos que ocurrieran tan pronto. Quizás yo sí quería un poquito. Bueno, es más complejo: mi parte hedonista lo deseaba, pero mi parte caracol se sentía aterrada de solo imaginarlo.
SSSerpiente y yo compartimos una hermosa red de apoyo y amistades, donde algunxs otrxs se viven desde las no-monogamias y la mayoría padecemos el Síndrome de Megustan Todxsmisamigxs; es bonito y está bien. Más allá del síndrome, hay alguien dentro de ese círculo que me gusta mucho, alguien con quien siento una gran afinidad. Y sí, tengo los síntomas de esa condición llamada enamoramiento (o encule).
SSSerpiente ha sido bien sincerx y compasivx en nuestro mutuo acompañamiento en estos procesos y le agradezco un chingo. También he tenido oportunidad de platicarlo con otra persona a la que quiero mucho y me he sentido escuchada y validada. Pero me cuesta un chingo hacer eso conmigo misma.
Cuando menos me doy cuenta, me estoy juzgando groseramente simplemente por sentir demasiado y no saber gestionarlo todo el tiempo. Simón, estoy confundida, asustada, emocionada, eufórica… y mucho más con este coctel de hormonas, emociones y sensaciones circulando por mi mente y cuerpa. Pero me duele mucho no poder encontrar la autocompasión para amamacharme y validarme en este proceso que es tan nuevo para mí. Al contrario, me avergüenzo de mí misma por no estar a la altura, me siento tonta e inmadura por mi intensidad emocional cuasi dramática, y por no accionar desde los discursos que tanto me gustan y mastico. Me siento culpable por no encontrar la mesura, por no saber disimular la embriaguez, por parecer una adolescente exagerada que se pone triste por un mensaje no respondido, por sentir que estoy actuando como mi niña de diez años que se forzaba a ponerse triste y llorar por un amor no correspondido, para ir acorde al manual del Amor Romántico®.
Qué oso que mis vínculos cercanos se enteren de que soy una intensa. Que, aunque me zurro en el amor romántico y en toda la distorsión hetero-mononormativa de los afectos, en mi mente puedo imaginar dramas y versos dignos del romanticismo de Manuel Acuña. La vergüenza a momentos se hace tan grande que ni siquiera lo he podido platicar con lx psicólogx que me está acompañando en terapia.
Así es, los rumores son ciertos. Me he descubierto como una intensa de clóset. Una eterna adolescente que, como quien juega al Uno y le tocan diez cartas de +4, a su intensidad se le suman las cartas de la segunda pubertad (cortesía de la TRH), la de su Sol en Cáncer y la de su torpeza para gestionar el rechazo (sobre todo cuando ni siquiera es real, sino solo una paranoia romántica). Y también estoy descubriendo que negarme y avergonzarme de esto es negarme a mí misma. Y eso está muy lejos de la autocompasión que deseo para cuidarme y amarme.
Me gusta sentir esta energía de conectar con mis emociones y quiero aprovecharla para crear: versos, escritos, poemas, canciones. Deseo compartir esta energía con todas las personas a las que amo y con las que disfruto de compartir(nos). Quiero aprender a jugar con la fantasía romántica sin perderme en ella, sin que invalide mis saberes, sin olvidar quién soy, en qué creo, en qué me cago y hacia dónde quiero construir con otrxs.
Sí, definitivamente la autocompasión puede acercarme a ese equilibrio. El equilibrio de gozar mi capacidad inmensa de sentir, fantasear y crear desde el deseo, sin meterme a una carrera alocada y sin frenos. Construir un autocuidado que nazca desde el amor y el reconocimiento de todo lo que soy, y no desde el miedo, la negación o la vergüenza.