Enredxs y desenredxs entre lo político y lo afectivo

Observar lo relacional (particularmente las diversidades relacionales) desde una mirada anarquista nos permite desesencializar la manera en que nos vinculamos con otrxs seres sintientes y darle un sentido no solo ético y afectivo, sino también político. A su vez, observar lo anarquista (particularmente la organización y acción colectiva desde prácticas afines a diferentes posturas anarquistas) desde una mirada relacional quizás nos permita desesencializar la manera en que nos organizamos y darle un sentido no solo político, sino también ético y afectivo.
¿Cómo me relaciono con otras personas sin que los hilos de las opresiones se nos enreden entre los dedos, las bocas, los ojos, las lenguas, las orejas?
El pensamiento dicotómico, binarista y jerárquico está profundamente enraizado en cada unx de nosotrxs. No hay trampa más absurda dentro de nuestra mente que creer que, por vivirnos no monógamxs y/o luchar contra toda forma de opresión, nos hacemos exentxs de seguir reproduciendo jerarquías en nuestro entorno, consciente o inconscientemente.
Cuando nos relacionamos con otrxs seres, incluidas las organizaciones colectivas, muchas veces pasamos por alto la importancia de nombrarnos, reconocernos y validarnos desde lo relacional. Con el tiempo y a través de conflictos personales y colectivos que he atravesado sin saber bien cómo enfrentarlos (flotando entre la evasión y la agresión), me he dado cuenta de que estas ambigüedades relacionales están normalizadas de forma sistémica. La mononorma nos enseña que las relaciones se dan por hecho y que siempre hay cosas más prioritarias (como el accionar, el aparentar, el cumplir con los roles, etc) que tener esas conversaciones difusas e incómodas sobre el reconocimiento mutuo de nuestros límites, deseos, necesidades, disposiciones, capacidades, intereses, circunstancias, diferencias y desigualdades… (no)humanidades. Bajo este panorama, el entendimiento a unx mismx y al otrx se dispersa, la reparación queda muchas veces en deuda, y las heridas cicatrizan dejando huella.
¿Cómo construimos relaciones rebeldes y no normativas, que dignifiquen nuestra soberanía y sean horizontales, autogestivas, rechacen la ambigüedad relacional y las estructuras de poder que nos rodean y atraviesan cada día? ¿Cómo hacerlo sin miedo, sin andar de puntitas, sin vergüenza de hablar con nuestras redes de apoyo sobre nuestras dudas, miedos, fantasías, deseos, no deseos, conflictos, euforias, disforias, lecturas, críticas, cuidados, acuerdos y más?
Me hago estas preguntas porque, aunque hay momentos muy emocionantes, curiosos, calientitos y de mucha ternura, también sigo teniendo miedo de hablar, de nombrarme, miedo a la confusión, al dolor, a la rabia, a la impotencia, a las rupturas y los distanciamientos. Sé que este revoltijo de sensaciones, experiencias y observaciones es parte de las relaciones humanas y no humanxs. Pero estar en esa montaña rusa, en los momentos en que estoy llorando y deseando bajarme para siempre, inevitablemente me cuestiono hacia dónde quiero seguir tejiendo los espacios y relaciones que comparto con otrxs seres.
Desde lo que plantea Juan Carlos Pérez Cortés en el libro Anarquía Relacional: La revolución desde los vínculos, la anarquía relacional propone evitar la binarización de las relaciones entre sexoafectivas y de amistad. Cuestiona la idea de que la familia tradicional, en concreto la pareja heteronormativa reproductora, sea la forma natural e innata de relación, y discute también los privilegios de ciertos tipos de relaciones sobre otros, incluyendo sus características en cuanto a orientaciones sexuales, identidades de género, prácticas de mayor o menor intimidad o adecuación a las expectativas sociales.

Cada persona decide, en función de sus intereses, posibilidades y circunstancias, hasta qué punto puede o quiere desafiar la normalidad social. [1] 

Desafiar la norma nos coloca a muchxs en encuentros confusos y polarizados entre lo que deseamos, lo que podemos, lo que nos da miedo y lo que no queremos. Si a esto le sumamos, desde una mirada interseccional, las opresiones que nos atraviesan por nuestra diversa existencia, el reto se vuelve más complejo.
Plantearnos y recordarnos constantemente esta posibilidad de autonomía nos puede llevar a lugares mucho más compasivos para escucharnos, escuchar a lxs otrxs y ser escuchadxs. Estamos haciendo lo mejor que podemos con lo que tenemos.
Ejercer nuestra autonomía corporal y relacional (y de ahí, organizacional) de forma ética y afectiva no tiene por qué estar peleado con la rebeldía. Pensar la ética y los afectos fuera del Estado, la Iglesia y cualquier forma de coacción puede abrirnos el panórama y recordarnos la diversidad que somos todxs. Las incompatibilidades siempre existirán; las rupturas y distancias son válidas si alguien dentro de la relación lo necesita. Seguimos ensayando cómo resolver conflictos y tenemos caminos y horizontes diferentes para hacerlo. Al ejercer nuestra autonomía, es importante que nuestros privilegios* no nos nublen la vista y nos permitan reconocer con compasión mutua cuando alguien se siente injustamente sometidx. Del mismo modo, quienes somos sobreempáticxs e hipersensibles debemos aprender a cuidar la autonomía de lxs otrxs sin aplastar la nuestra ni caer en el adictivo rol de lx salvadorx o lx impostorx.
*Desde una perspectiva anticapacitista, la capacidad de reconocer y reivindicar nuestros límites y necesidades puede ser un privilegio).

Podríamos decir que una visión anarquista de las relaciones no se posiciona en contra de los vínculos personales (ni del afecto, del amor, del compromiso, de las emociones o las pasiones), sino de las formas coactivas o coercitivas de relacionarse. [1]

Estas reflexiones reivindican mi camino hacia la construcción de relaciones y colectividades de manera más ética y afectiva, en este entrelazado entre lo anárquico y lo relacional. De forma autogestiva, desenredando las ambigüedades relacionales y colocando los afectos al centro, no desde la permisividad, sino desde una ternura radical palpable, crítica, compasiva y restaurativa, con el horizonte puesto en el desmantelamiento de toda manifestación relacional normativa y, por lo tanto, de toda forma de opresión.

Referencias:
[1] Pérez Cortés, Juán Carlos. Anarquía Relacional: La Revolución de los Vínculos. Hacerse de Palabras, 2021.